viernes, 18 de noviembre de 2011

HABLEMOS DE "ESO"


A veces se nos olvida que somos animales. Notad que he omitido el "mas que" típico de frases como esta (no somos mas que animales), porque no creo que ningún animal sea superior o inferior. Si bien unos animales somos más iguales que otros (como diría George Orwell), y no podemos obviar que tenemos más en común con otros mamíferos que con las amebas (¡cómo me gustan las amebas, sirven de ejemplo pa tó!).

Es curioso, pero resulta que aunque tengamos claro qué rasgos físicos nos hacen humanos (Homo sapiens), e incluso qué tipo de reacciones químicas y eléctricas definen a nuestra especie (en general, eh, que los hay muy "setas"..), se sabe relativamente poco de la base genética de estos rasgos. Es decir, qué instrucciones - codificadas por nuestro ADN- que se seleccionaron en respuesta a las condiciones ambientales que experimentaron nuestros antepasados, son realmente las que nos definen como especie.

En busca de una respuesta, Cory McLean y colaboradores (Universidad de Standford y Pennsylvania State University) publicaron hace unos meses un artículo muy interesante en el que comparaban el genoma humano con el de  chimpancés y macacos. No soy experta en genética, así que el método me ha llamado la atención: buscaban secciones de ADN común entre macacos y chimpancés que se hubieran borrado en humanos. Encontraron unas 500 regiones del genoma que se habían conservado entre el genoma de chimpancés y otros primates, pero que sorprendentemente no se encontraron en el genoma humano. Obviamente, todos esos trocitos de ADN codificaban algo, algunas conexiones nerviosas, receptores de hormonas….. y algo que me resultó llamativo: por culpa de la falta de un receptor de testosterona hemos perdido las espinas del pene (bueno, yo no, los machos de nuestra especie).

Resulta que los machos de muchas especies de mamíferos tienen unas pequeñas espinas de keratina en la cabeza del pene (como pequeñas uñitas). Se cree que estas espinas pueden tener varias funciones: amplificar el estímulo del macho o la hembra para copular (como si los machos lo necesitaran…); contribución a que queden "enganchados"; desplazar el esperma competidor que ya se encontrara dentro de la vagina de la hembra (qué pendones…); o "inducir respuestas en las hembras que reduzcan la receptividad sexual y por lo tanto la probabilidad de aparearse con varios machos" (glups, no quiero ni pensar qué tipo de respuestas son esas..).

Parece que la pérdida de las espinas en los penes de nuestros machos por un lado contribuye a la liberación (literal) de la mujer (ahora se queda con el esperma que mejor nade, sin interferencias); y además puede que haya ayudado a alargar el tiempo del coito en nuestra especie (bendita "goma de borrar" genética) comparado, por ejemplo, con el de los chimpancés. También sugieren que esto puede estar ligado a costumbres monógamas y el cuidado parental por los dos sexos en la especie (si ya… ¿mono-qué?).

Así que ya sabéis, lo que nos hace humanos puede no ser obvio, y creo que las hembras de la especie hemos salido ganando en este "pequeño" detalle. Ya no nos "enganchan"; nos fecunda el mejor postor; y se creen que seremos monógamas.... Igual al final resulta que el creacionismo es verdad y que Dios era mujer... ;-)

Fuente: McLean et al. (2011) Human-specific loss of regulatory DNA and the evolution of human-specific traits. Nature 471 (7337) 216-219

2 comentarios:

  1. yo creo que más que ser mujer, si el creacionismo es cierto, Dios lo que es es un poco cabroncete...porque después de miles de años de evolución ya está bien que desaparezcan las espinitas de las narices! je!
    muy chula la entrada Lucía :)

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  2. ¡Gracias Raquel! Igual hay algunas a quienes les gustaría eso de las espinas, jeje, que hay gente "pa tó"..

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