martes, 4 de octubre de 2011

Hakuna Matata: Crónicas de Sudáfrica

Hace unos días regresé de una pequeña estancia en Sudáfrica, donde intenté combinar (creo que con éxito) investigación y vacaciones. Mis anfitriones fueron María Miranda, antigua compañera en el IREC, que está allí de postdoc en la Universidad de Witwatersrand; y Fred Dalerum, investigador de la Universidad de Pretoria, con quien estoy intenando desarrollar una de mis líneas de investigación, la de los animales excavadores.

Estas son las crónicas de ese viaje:
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Una de las cosas que chocan al llegar a Sudáfrica es ¡que el paisaje es igualito al del centro-sur de España! Ahora está terminando la época seca, que en este caso es el invierno, por lo que la vegetación está prácticamente como la del centro de España ahora mismo - agostada, seca, con algunos arbustos y árboles que resisten aislados o que se concentran en bandas de matorral a la orilla de las sierras. Pos vaya.....¿acabo de recorrer 13000km y todo es igual que cuando despegué? Si te acercas un poco ves que las plantas no son exactamente las mismas, que tampoco los son los cultivos, y que no hay gorriones, sino "hadidas", que no son zapatillas, sino un tipo de ibis gordote que forma bastante jaleo y está por todas partes. Hay evidencias de bastantes incendios, que no me queda claro si son parte de la gestión, por descuido o por razones ocultas; pero se puede intuir que cuando lleguen las lluvias todo cambiará y el paisaje se volverá más verde y "africano" (el daño que hacen los estereotipos, los prejuicios y la ignorancia, incluso aplicados al paisaje!).

El primer día fue un poco de toma de contacto, con cena en un sitio “típico” incluida, el restaurante “Carnivore”: carne de cocodrilo, carne de impala, salchichas de Kudu….. La verdad es que nos costó un poco encontrar el restaurante, experimentando el maravilloso tráfico de Johannesburgo… Lo más interesante llegó el domingo….. Lo primero, amanecimos a las 6:00 para ir a escalar a la “Sierra” de Magaliesberg. Se trata de una zona con varios cañones creados por arroyos más o menos grandes.  La verdad es que es una zona fuera de los circuitos convencionales (de hecho hay que pertenecer al club de montaña para entrar), con grandes árboles junto al arroyo … se estaba muy fresquito…. hasta que “la valiente” de Lucía accedió a que la iniciaran en la escalada….. y empezaron los sudores. Fred iba delante, marcando la ruta, y luego iba yo, seguida muy de cerca por Eddie (un sudafricano de pura cepa). Al principio la pared tenía vegetación cerca y salientes relativamente anchos, por lo que la afronté bastante animada y sin demasiada dificultad. Sólo había una parte un poco más complicada, pero Eddie me ayudaba a decidir dónde poner los pies, y creo que no tardé mucho en llegar al arbolito que marcaba la plataforma donde haríamos la primera parada….. a unos 20m del suelo!! Aggh, menos mal que según subía no me dio por mirar para abajo, porque cuando al fin llegué a la plataforma (de 1m por 50cm, por cierto, para 3 personas!) y vi las copas de los árboles allá abajo… fue una mezcla de adrenalina, satisfacción, impresión por el paisaje….eso sí, sin dejar de agarrarme fuerte a la roca, me tuvieron que obligar a sentarme y descansar – porque lo peor estaba por llegar. Estábamos, literalmente, colgados en medio de la pared rocosa y había que seguir hacia arriba…. Buf…. “¿y ahora más y peor?”, pensé…. Pues nada, no había más remedio que seguir subiendo por la roca, salvando esquinas, arbustos y una zona muy lisa donde el pobre Eddie si que me tuvo que ayudar porque simplemente era incapaz de izarme (ir para abajo no era una opción). Finalmente, con los codos, las rodillas, y casi los dientes llegué al árbol donde esperaba Fred. Acabé con los brazos y las piernas llenos de arañazos, pero con una extraña sensación, entre susto y orgullo de haberlo conseguido – unos 60m al final! Yo creo que no lo hice del todo mal, desde luego desde arriba parecía mentira que que hubiera sido capaz de trepar por esa pared como una lagarija! Ni que decir tiene que al día siguiente tuve agujetas por todas partes….

Tras este comienzo tan aventurero pronto nos fuimos hacia la zona de campo en Kimberley, que está justo en el centro del país, a unas 6 horas en coche desde Pretoria. El viaje fue lo más monótono que me he echado en cara en cuanto a paisaje. Si Antonio Machado dice que "Castilla es ancha y plana como el pecho de un varón", yo creo que esto es por lo menos la espalda.... ¡qué llanuras interminables!

Kimberley es la cuna de la minería de diamantes de este país y nos alojamos en el Museo McGregor, que es un edificio de madera bastante pintoresco. Parece ser que antes fue un hospital y hasta un convento, y tiene una curiosa mezcla de exposiciones sobre la fauna y flora y la arqueología de la zona, las principales religiones monoteístas, la historia de la ciudad, y una especial sobre la figura de Steve Biko, una leyenda del Black Power sudafricano y la lucha anti-apartheid, el que acuñó lo de "Black is beautiful" (lo negro es hermoso).

A partir del jueves empezamos el trabajo de campo. Por un lado, un estudio piloto sobre los animales que escarban para buscar alimento, que consiste en contar las escarbaduras y medirlas a lo largo de transectos (líneas) de 50m; y por otro ayudar a Fred con el proyecto que tiene en la reserva de Benfontein desde hace 3 años, en el que estudia a los lobos de tierra (aardwolves) y zorros orejudos (bat-eared foxes). Tiene unos cuantos con radiocollares, y está estudiando su ecología y comportamiento. Así que por el día nos dedicamos a medir escarbaduras en el suelo, y por la noche a buscar lobos y zorritos.

Los dos primeros días se nos dieron muy bien. Lo que hacíamos es que Fred conducía y yo me subía a la “bandeja” de atrás del pick-up y usaba un faro para ir iluminando y buscando a los animales. En algunas ocasiones buscábamos a algunos de los que tenían radiocollar usando un receptor de radio y una antena. Así, conocí a Amy la lobo de tierra (Fred no les tiene puesto nombres, los que mencione son todos de mi cosecha). Estos bichos son fantásticos. En realidad son un tipo de hiena (aunque no se ríen ni hacen ningún ruido), pero su dieta se compone de termitas y otros insectos, y se los comen rebuscando entre la hierba y lamiendo (!) el suelo. Tienen el pelaje rayado y un poco pinta de punkis con cara de buenos.

En nuestras incursiones nocturnas también nos topamos con otros bichos, como puercoespines, springhares, que son como kanguritos (las más lindas), varias especies de liebres y conejos, chacales y por supuesto los zorritos orejudos. Estos son geniales, de verdad. Suelen ir en pareja o en grupo, y también comen principalmente insectos y otros bichitos, aunque estos sí que escarban para buscarlos. Los zorritos son relativamente fáciles de localizar y seguir, ya que duermen en el suelo, no como los lobos de tierra, que se refugian en madrigueras durante el día (normalmente madrigueras de cerdo hormiguero....¡todo el mundo okupa las madrigueras de los pobres cerdos hormigueros!). Hemos podido observarlos corretear, comer, acicalarse... ¡uno hasta se echó a dormir delante de nosotros! Son la bomba.

Pronto se acabaron los fareos cómodos: a la tercera noche al pick-up que estábamos utilizando se le pinchó una rueda y tuvimos que empezar a usar al "Ghost": un Land Rover del 72 sin capota, en el que el fareo es toda una experiencia. Para empezar, como es casi como un tanque, Fred lo conduce sin piedad fuera de los caminos por encima de agujeros, termiteros y lo que se ponga por delante. Yo tengo que ir subida al asiento "surfeando" para mantener el equilibrio, el foco apuntando al lugar correcto y procurando no acercarme demasiado al esqueleto metálico del land rover, porque si te pegas un poco al mínimo vaivén acabas con unos moratones... Imagináos pues: de pie en el tanque ese, intentando mantener el foco fijo sobre un lobo de tierra que no para de correr.....En este caso un macho que teníamos que atrapar porque la pila de su collar estaba a punto de agotarse y había que reemplazarlo. Teníamos que acercarnos lo suficiente para que Fred le pudiera disparar un dardo tranquilizante y hacer el cambio intentando que no se enterara demasiado. El caso es que parece ser que es normal que los machos corran bastante y patrullen su territorio, pero este colega es especial. No sabía si llamarle Fermin (por Fermin Cacho), o Zatopec, o Forrest Gump, porque no paraba de correr! El tío iba corriendo, de repente se paraba, nos miraba y levantaba la cola y marcaba con orina lo que tenía más a mano (un termitero, un arbusto)..... Para mí que cada vez que levantaba la cola en realidad nos está haciendo burla...Y lo más gracioso es cuando de pronto se metía en la madriguera y se quedaba ahí, en la puerta, tomando el fresco..... Y nosotros a esperar... el domingo nos tuvo otra hora solo esperando.....  Hasta que pasó lo lógico, el lunes, después de la persecución de rigor y una espera de una media hora a que saliera de la madriguera se nos ocurrió que mejor nos íbamos a buscar unos zorritos majos y volvíamos después..... y el Land Rover se puso en huelga... No había manera de que arrancara y nos tocó caminar de vuelta a la casa de la reserva en mitad de la noche. ESTO es África, señores.

Como el Land Rover estuvo en el taller unos días (y el otro con la rueda pinchada, ¡recordad!), pudimos dedicarnos sobre todo a las tareas diurnas y conseguimos hacer bastantes transectos de escarbaduras. Este campo es muy distinto al que estoy acostumbrada en España... es raro que la vegetación esté seca pero que no haga calor, y es una gozada llegar a la zona de campo y cruzarte con avestruces con sus pollitos, ñus, cebras y varias especies de gacelas y antílopes. También había unas cuantas ardillas de tierra muy simpáticas y unas mangostas amarillas que se te cruzan cuando menos te lo esperas.

Durante los últimos días en Benfontein logramos terminar todos los transectos que nos habíamos propuesto y procesar las muestras de hojarasca en el laboratorio. Cuando los coches lo permitían, buscábamos a Zatopec, alias “Forrest Gump”, alias “El Cansino”. Las últimas noches fueron especialmente frías (¡con leotardos, leggings Y pantalones!), y Fred conducía especialmente rápido entre agujeros y termiteros…. no recuerdo cuando dejé de contar los moratones.

Por desgracia no hubo suerte, lo intentamos de mil maneras, le esperamos, le perseguimos…. Pero al bicho no le apetecía y esta vez no pudo ser. Por lo menos el frío tuvo su recompensa, pues puede ver otro puercoespín, esta vez más de cerca, y también a la estrella de la reserva - ¡UN CERDO HORMIGUERO! Es un animal tan raro, que me parece precioso en su rareza, con andares bamboleantes al principio pero una velocidad sorprendente cuando decidió que ya le había enchufado bastante con el foco y se echó a correr.  Para mi compensó con creces el fracaso en atrapar al lobo de tierra corredor.

En resumen, abandoné Kimberley bastante satisfecha de haber podido conocer un lugar tan distinto, con animales tan nuevos para mí y tan interesantes, y además un buen puñado de datos bajo el brazo que espero nos lleven a desentrañar un poquito los mecanismos ecológicos que actúan en zonas áridas como esta.

Y entonces, por fin, VACACIONES!!!! Tuve la ocasión de pernoctar con sólo una esterilla, un saco y un techo de estrellas en una de las zonas más "salvajes" en las que he estado, ¡con despertar de babuinos ladrones de patatas fritas incluido! Era otra parte de la "sierra" de Magaliesberg, una zona preciosa, con grandes rocas de arenisca que el viento ha modelado con formas caprichosas, matorral bajo y alguna acacia, y grandes grietas que surgen de repente formando acantilados bastante espectaculares, de paredes verticales, con frondosos bosques en el fondo donde habitan no solo los babuinos sino otros monos más simpáticos – vervet monkeys en inglés – pero más tímidos. En lo alto, en la zona de rocas expuestas, pudimos entrar en la intimidad de una familia de damanes (rock hyrax) con nuestros prismáticos, y también nos observaba un klipspringer, una especie de pequeño antilope, del tamaño de un perro.

La siguiente, y última, etapa del viaje fue la más “de guiris” pero, qué queréis, no pude evitar pasarlo como una enana. Fuimos a la reserva de Pilanesberg, que solo está a unas 3 horas de Johannesburgo, pero es bastante grande (250 000ha) y estaba sorprendentemente bien pese al volumen de visitantes que recibe. En Pilanesberg nos quedamos en un camping justo fuera de la reserva que era casi calcado a los campings en España (menos en los acontecimientos mañaneros, más adelante lo entenderéis). El camping nos servía de base para visitar la reserva mediante un "safari".

El “safari” consiste en que pagas para entrar en la reserva, compras un mapa, y puedes ir tú solo con tu coche recorriendo los caminos. Eso sí, tienes que estar de vuelta a las 18:30, que es cuando anochece y cierran las puertas. Si no llegas a tiempo, te ponen una multa. Nada más empezar por el camino elegido nos encontramos unas cebras muy majas, y unos ñus, y como a los 10 min el primer encuentro espectacular. Según iba subiendo una cuestecilla vi algo peludo por el rabillo del ojo que se quedaba más abajo, a mi derecha; giré la cabeza incrédula (mi cerebro decía “¡gato!”),  y logré ver de cuerpo entero y mientras que se adentraba tranquilamente entre la maleza a un señor ¡LEOPARDO! Casi se me para el corazón. Alcancé a farfullar algo a María para que mirara en la dirección correcta mientras metía marcha atrás para ponerme a la altura del camino por donde había desaparecido…. Pero fue inútil… Se perdió entre la maleza y María no pudo verlo.

Seguimos adelante, comentando la suerte que había tenido, y cuando ya se me estaban bajando las pulsaciones, al tomar una curva, paré el coche en seco: ¡¡dos “peaso” de rinocerontes blancos atravesados en el camino!! María decía: “Y ahora que hacemos, no te explican que hacer en estos casos… ¿damos marcha atrás?” Y es que encima los se pusieron a caminar hacia nosotras! Menos mal que  pronto giraron hacia la izquierda y siguieron su camino, pero tan panchos, eh, no te creas que tenían prisa….. De momento no ganábamos para sustos, pero no iba a ser el último. Seguimos por los caminos, viendo bastantes ñus, impalas, kudus, un chacal, más cebras, y disfrutando del atardecer. Nos quedaba media hora para el toque de queda cuando nos encontramos con un atasco de coches! Resultó ser una leona con dos cachorros  que nos tuvo entretenidos a unos cuantos coches durante un rato. Nos costó bastante detectarlos porque se camuflan realmente bien entre la hierba seca, pero una vez que los vimos la verdad es que eran preciosos, y se oía a los cachorros hacer ruiditos y retozar. Embobadas con los “peluches” de pronto alguien nos recordó que teníamos que volver YA o nos pondrían una multa. Salimos pitando, calculando que llegaríamos sin problemas cuando, de repente….. ¡UN HIPOPOTAMO CRUZANDO LA CARRETERA!  Aaagh!! Paré casi en seco y otra vez tuvimos que esperar a que el señor cruzara tranquilamente y ya no diera miedo seguir adelante. Otra vez, casi en plan rally (bueno, rally a 40km/h, que era el límite de velocidad de la reserva) seguimos la carretera y empezamos a unirnos a más coches que también llegaban a última hora.”Ah, ya llegamos sin problemas”, pensamos. ¡Ja! De pronto nos topamos con otro atasco – “¡qué estará mirando la gente, nos van a multar a todos!” – mirando no…..es que otro grupo de animalejos estaba cruzando la carretera - ¡UN GRUPO DE ELEFANTES! Doble aaaagh!!! ¿por qué todos los bichos que se nos cruzaban eran tan grandes? ¿No podría haber pasado alguna lagartija, alguna ardillita? Pues nada, a esperar… y sin ver nada, porque cada vez estaba más oscuro y no quedaba claro donde estaba cada elefante exactamente. Estábamos bien pegaditas al coche de adelante, resignadas, cuando, de pronto, miro por la ventanilla de María, a la izquierda y veo un ojo….. ¡de otro elefante! Dos de los de la comitiva, que andaban rezagados pasaron muy, muy cerquita del coche. La verdad es que son impresionantes.

Pasado un rato la manada terminó de cruzar y unos cuantos coches llegamos unos 20min tarde a la puerta del parque, pero creo que consideraron que teníamos una excusa “de peso” para llegar tarde y no nos multaron. María y yo llegamos muy agitadas al camping, contándole a Fred todos los “encuentros” que habíamos tenido, y creo que sobresaltando a medio camping con nuestras exclamaciones y los gritos de emoción.

A la mañana siguiente nos intentamos levantar algo temprano para ir a dar una última vuelta por a reserva. Aquí las mañanas tienen su intríngulis, y en este camping lo típico es que te visiten varias “pandillas”, en un orden muy determinado. Primero, sobre las 5, aparecen los pájaros con cánticos “no muy melodiosos” (según María) – más bien estridentes, diría yo. Luego llegan los tranquilos impalas, que van pastando entre las tiendas y de hecho se quedan a dormir en el camping. Más tarde, también haciendo un ruido considerable, un grupo de babuinos bastante gamberros. Revuelven y cotillean todo lo que encuentran  su paso – menos mal que como habíamos aprendido la lección teníamos la comida a buen recaudo en el coche. A estos de hecho les tienen que “invitar amablemente a irse” los guardas del camping. Cuando parece que todo vuelve a la tranquilidad, aparecen los siguientes visitantes. Según estaba recogiendo la tienda, veo una mangosta. Luego, otra, y otra, y otra….. No exagero si os digo que en cuestión de 3 minutos estábamos rodeados de unas 30 mangostas buscando un botín. Parecían “la marabunta” – llegaban en tropel, miraban, y si no había nada, con la misma se iban. La ronda de visitas se terminaba con otra tanda de pájaros, esta vez menos ruidosos, que incluían unas cuantas gallinas de guinea. Y no sé si después había más turnos de visita, porque sobre las 7:30 estábamos ya en la reserva, listos para nuestro último safari.

Hay que decir que al pobre Fred le arrastramos un poco, pero nos vino genial, porque al rato de llegar detectó a los que sería las estrellas del día: dos cachorros de caracal, algo creciditos ya, que se desperezaban tranquilamente junto a un arbusto. Supongo que estarían esperando a que su madre llegara con el desayuno, porque tenían cara de sueño. Estaban perfectamente camuflados y lo que realmente nos daba una pista sobre su presencia eran los pelillos negros que les sobresalían de la punta de las orejas formando una brocha. Dos especies de felino en menos de 24 horas…. ¡Eso es suerte y lo demás son tonterías! A parte de ese encuentro la mañana fue mucho más tranquila que la noche anterior. Pudimos ver un montón de cosas: jirafas, más rinocerontes e hipopótamos (esta vez a una distancia más cómoda), ñus, impalas, avestruces, springbok…. Y unas cuantas aves de propina, aunque la verdad es que desde el coche lo de avistar aves no es tan fácil. Pero como final de viaje no estuvo nada mal....

Las últimas horas en Sudáfrica fueron de reuniones y despedidas, y planes para una potencial vuelta en el futuro.... si conseguimos finaciación. Sería estupendo poder completar la información que tenemos con datos de la época de lluvias. Esperemos que pronto podamos escribir el próximo capítulo.



3 comentarios:

  1. Te veo en Sudáfrica, como en un cómic, Fred conduciendo como loco campo a través detrás de los estudiados y a ti en vez de enfocando, te imagino de bandera, a merced de los baches y el viento...
    Leyéndote he aprendido y me he divertido. ¡Espero más!

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  2. Me hizo acordar la época en la que vivía en Sud-áfrica, realmente no me acordaba la cantidad de animales que acostumbra pasar por la carretera hahaha que divertido, gracias.

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